Caudal (Provincianos, 2021) de Catalina Ríos es un poemario nadador, destinado al viaje desde sus primeras páginas. Un relato que nos mueve a la observación inquieta y constante. Afuera de la ventanilla, el agua transcurre en paralelo, invocando los detalles más sutiles del paisaje.
La ruta de Caudal deambula entre lo íntimo del viaje, quienes lo comparten y cómo se observan y observan. Un juego de luces que a ratos va de la primera a la segunda persona, de la ciudad al campo, del centro al sur de Chile. La sutileza inherente al agua ayuda a no desarticular las distintas estaciones por las que nos movemos: Ensenada, Estación Central, la mirada de la compañera, una cámara de fotos…
La invitación es clara. El título del primer poema, Mar adentro, nos sumerge de lleno en el acto de viajar. Sin preparativos, sin preliminares. El lente de la cámara devela la mirada hablante y su presencia física: el mechón de pelo, un accidente fotográfico revelador de la voz que escribe.
(…)
asomo el lente
por el chaleco naranja
enfoco dos aletas dorsales
que se descubren
entre el oleaje
mi pelo se cuela en la foto
la superficie
en calma
Sobre toda superficie, siempre esta voz que traduce la experiencia de habitar diversos lugares, conversaciones y cotidianidades de una parada a otra. Aparece y es en lo que describe y dialoga con ella. Una fusión propia del agua. Elemento que todo lo alcanza, que vive y respira en cada lugar, pero que no tarda en huir ante la primera rendija abierta. Flexible, leve, incoloro, pero agudo. Adquiere los tonos que refleja en su transparencia y los convierte a su forma propia. Tal y como la voz de Caudal.
transitas los límites
ni aferrarse ni no aferrarse
al pinchazo de la ligustrina
la luz de la mañana
Más adelante, La mañana recibe al oleaje nos acerca a la esencia acaparadora de la naturaleza. Un tono de bitácora que mezcla paisajes del sur de Chile con la anécdota, la sensación de estar siempre de paso, buscando refugios temporales y viviendo el hábito cotidiano fuera de casa.
LA MAÑANA RECIBE AL OLEAJE
la sombra
de una bandada de tórtolas
acaricia la arena
rompemos el cerrojo
de una casita que apenas
nos protege del frío
nos lavamos los dientes
en la orilla
pasan chanchos
por la calle principal
de Maicolpué
la humedad lo llena todo
nos adentramos
en el bosque
a reconocer
los nombres
de los árboles
El reconocimiento aparece más allá de un mero ejercicio turístico que pretende mantener y registrar la experiencia viajera. En el bosque también hallamos una pausa breve que tantea hasta dar con lo tangible, la firmeza de la tierra y de las ramas. Reconocer los nombres de los árboles se transforma en una búsqueda de constelaciones para no naufragar.
El agua escapa a significados estáticos. No solo es claridad, transparencia o limpieza. El río fácilmente ahoga a sus visitantes. Pareciera ser que quienes dialogan en Caudal llevan la muerte en el cuerpo y la memoria.
escalamos una roca
lees en voz alta
los nombres de los muertos
te corriges los suicidas
murmullas como rezando
sus iniciales y calculas
la edad que tenían
cuando el agua
les llenó los pulmones
La idea del agua que atrae, que llama y arrastra como si tuviese vida propia, volverá a aparecer. El viaje se cruza con las calles de Santiago, el hogar original: epicentro del desborde:
rozo tus mejillas
como las aguas
que una vez me arrastraron
desde las barandas
del puente Pío Nono
El diálogo en segunda persona se va transformando en el predominante. A ratos es fácil sentir que la voz poética ya no se dirige a un otrx, sino a sí mismx. El retorno a casa es de una quietud insoportable. El agua ya ni siquiera se estanca, sino que simplemente no existe. Ha terminado el viaje y donde no hay movimiento, solo queda la espera, la sed y el calor infernal de Santiago.
(…)
los gatos se pasean por la pieza
maúllan alrededor de tus pies
no comen ni beben desde ayer
un poco de agua también
te vendría bien a ti
humedecer tus labios y arrancar
la sensación de no recordar
(…)
Es cierto que los afluentes de Caudal son abundantes e intensos. En ellos existe la tranquilidad de tener dónde beber, dónde espejear y dejar morir la propia palabra. Pero en la otra cara de la moneda, vive la sed. Un ciclo que se cierra preciso ante la aridez del territorio.
¿Y qué es la sequía sino la memoria del caudal? Donde antes hubiese viajado el río, ahora solo hay un camino de tierra. Arriba, el aire vacío de los habitantes, esperando la llegada de un invierno seco.
La crudeza convierte en pájaros a los que alguna vez fueron peces.
NO VI PÁJAROS EN TOMÉ
lagartijas arrancando
al bajar por el camino de tierra
cuando deje de buscar te diré:
no llevo plumas
las traerá el invierno